martes, 22 de enero de 2013

Desde la Teoría del Apego a la Lactancia Prolongada


Un trabajo interesante que me plantée hace algún tiempo, más específicamente hace 23 meses, es la de “¿cómo quiero educar a mi hija?”. Y así comenzó mi trabajo de indagación.

Gracias a Proyecto Mamá conocí lo que es la Teoría del Apego y los beneficios de la Lactancia prolongada.

Según he podido leer sobre el tema, porque Juanita no me deja mucho tiempo para la lectura y, el poco tiempo que me queda la reparto entre novelas –como han visto que he ido subiendo– y otros libros de diversos temas, la teoría del apego de John Bowlby señala “que los bebés tienen la capacidad de diferenciar a su mamá desde que nacen, escuchar su voz los tranquiliza debido a la necesidad del bebé a estar cerca de su mamá, estar en sus brazos o cerca de ella porque se siente protegido y cuidado, esto no son solo rumores o ideas de las mamás, sino que está comprobado y ha seguido estudiándose de manera científica. John Bowlby fue un psicólogo que trabajó en instituciones de niños por varios años y al verlos se dio cuenta de la necesidad que tenían los bebés con sus mamás, tanto que lo llevó a generar la teoría del apego.”[1]

Como dice el Dr. Eduardo Hernández González, pediatra y terapeuta de la conducta infantil, “la propiedad más importante del ser humano, es su capacidad de formar y mantener relaciones. Estas son absolutamente necesarias para que cualquiera de nosotros pueda sobrevivir, aprender, trabajar, amar y procrearse.

La habilidad individual para formar y mantener relaciones (…) es diferente en cada uno de nosotros. Algunos parecen ser ‘naturalmente’ capaces de amar y establecer relaciones íntimas, otros no tiene tanta suerte, carecen de capacidad afectiva y les cuesta hacer amigos, además de establecer una relación distante con la familia.

Tanto la capacidad como el deseo de formar relaciones emocionales están asociados a la organización y funcionamiento de partes específicas del cerebro humano, así como al equilibrio de los neurotransmisores (…). Así como el cerebro nos permite ver, oler, gustar, pensar y movernos, también es el órgano que nos permite amar o no amar. Estos sistemas cerebrales que nos permiten formar y mantener relaciones, se desarrollan durante la infancia. Las experiencias durante estos primeros y vulnerables años del desarrollo evolutivo de un individuo, influyen significativamente en el moldeado de la capacidad para formar relaciones íntimas y emocionalmente saludables. La empatía, el afecto, el deseo de compartir, el inhibirse de agredir, la capacidad de amar y ser amado y un sinnúmero de características de una persona asertiva, operativa y feliz, están asociadas a las capacidades medulares de apego formadas en la infancia y niñez temprana”[2]

Para este pediatra, el apego “(…) se refiere a un vínculo específico y especial que se forma entre madre-niño”.[3]

Ante semejante responsabilidad como padres, la de lograr que nuestros hijos amen y puedan establecer relaciones íntimas, ¿cómo negarnos a seguir una teoría que sólo redundará en lo mejor para nuestros hijos?

El niño nace con necesidades básicas que deben ser cubiertas, algunas de ellas son:
·         necesidades fisiológicas,
·         necesidades de establecer vínculos afectivos,
·         necesidades de protección,
·         necesidad de explorar su entorno, y
·         necesidad de jugar

Es importante hacer lo que uno cree que debe hacer y no dejarse llevar por lo que digan las personas, de nuestra confianza ni las que no lo son. Ya que en mi caso, por ejemplo, Juana “debe acostumbrarse a estar en el coche”. Primero que no me gusta que me digan “tiene que”, ¿por qué tiene que? ¿Quién dice? ¿Hay un manual y yo no me enteré? Ufffff! Odio que me digan “tenés que hacerlo porque después no vas a poder hacer nada”. Acepto una opinión, algo así como: “¿No te parece que si la dejas en el coche vas a poder hacer cosas que con ella a upa no podes?” Sepanló: NO me interesa hacer nada si mi hija quiere estar a upa de SU MAMÁ. “Nosotros con vos hacíamos eso.” No sólo que ahí la cosa cambia sino que me das la posibilidad de decirte, amablemente –si puedo– “lamentablemente no quiero ser como vos en ese sentido”… ¡Qué sé yo! Soy madre primeriza, pero quiero una hija que sepa que quiero satisfacerle sus necesidades y que se sienta segura conmigo, su mamá. Quiero que sepa que puede contar para lo que sea, que voy a estar. Que tenga seguridad de ella misma y de que su mamá va a estar siempre. Que tiene que aprender a volar, sabiendo que cuando quiera puede volver al nido… Y esto no significa que vaya a ser una mal enseñada, ¿no?

“El apego es una relación especial que el niño establece con un número reducido de personas. Es un lazo afectivo que se forma entre él mismo y cada una de estas personas, un lazo que le impulsa a buscar la proximidad y el contacto con ellas a lo largo del tiempo. Es, sin dudas, un mecanismo innato por el que el niño busca seguridad. (…) El llorar es uno de los principales mecanismos por el que se produce la llamada o el reclamo de la figura de apego. (…) Una adecuada relación con las figuras de apego conlleva sentimientos de seguridad asociados a su proximidad o contacto y su pérdida, real o imaginaria, genera angustia.”[4]

Si bien, la figura principal del apego es la madre, por cuestiones biológicas y evolutivas, porque es con la que efectúa una relación especialmente fuerte; también está el padre, ya que “hoy en día asistimos a una acentuación de la implicación del padre en los cuidados de la primera infancia. Motivos de horarios laborales, número de hijos, recursos económicos, etc, determinan la necesidad de una corresponsabilidad por parte ambos progenitores en las labores de atención al bebé.”[5]

“La importancia del buen establecimiento del vínculo de apego, ya en las primeras etapas, va tener unas consecuencias concretas en el desarrollo evolutivo del niño. Podemos afirmar con rotundidad que dedicar tiempo al bebé, en una interacción de cuidado y atención, por parte de las figuras de apego, es la mejor inversión para garantizar la estabilidad emocional del niño en su desarrollo.”[6]

Lo mismo sucedió con la lactancia prolongada, ¿por qué le molesta a la sociedad ver a un niño mayor de un año tomando el pecho? ¿Por qué tiene que generar comentarios despectivos, críticas y burlas?

Rosana Satler es una gran defensora de la lactancia prologada y yo seguí sus pasos por varios motivos, pero principalmente, porque mi hija AMA su “t-tita”; escucharla decir: “mamá t-ta” es lo más lindo que hay, lo más placentero y lo más gratificante.
Tanto la Organización Mundial de la Salud –OMS– como la Organización de las Naciones Unidas por la Infancia –UNICEF– recomiendan una lactancia exclusiva hasta los seis meses y un destete alrededor de los dos años de vida.

“A veces, la lactancia prolongada es vista como la instauración de un vínculo patológico entre la mamá y el bebé. Pero, en realidad, la patología no está relacionada con el tiempo de amamantamiento, sino con todos los otros aspectos que hacen a la interacción madre-hijo, esté alimentado a pecho o no.

También surge la noción de que, cuando salen los dientes, llegó la hora del destete. Sin embargo, las abuelas y las mamás actuales que amamantan a un bebé más tiempo saben que la dentición no es un inconveniente. A lo mejor, el bebé puede morder una vez, pero responde de inmediato a un ‘no’ firme de su madre.  Por otra parte, es más fácil destetar a un bebé pequeño que no se expresa, que a uno más grande. Esto no significa que para el niño sea igual de fácil.

Algunos médicos consideran que la lactancia interfiere en el interés del niño por otros alimentos. Si bien es cierto que, cuando se los desteta, muchos chicos incorporan alimentos complementarios, esto se debe a que necesitan gran cantidad de nutrientes para sustituir la riqueza que aporta la leche materna.

Otras personas piensan que, a partir del año, disminuye la calidad de la leche. Pero, en realidad su composición varía de acuerdo a las necesidades de desarrollo del bebé. Y nunca pierde sus atributos inmunológicos.

En la revista Mamando, de la Fundación para la Lactancia Materna –FUNDALAM–, la licenciada Mónica Ispani dice que la cultura psicoanalítica de Occidente influye en un destete precoz y ‘cuando la mamá se siente presionada a destetar y no es lo que realmente desea en su corazón, los niños perciben esta contradicción y se revelan más ante la decisión’.

Vale la pena aclarar que, en el segundo año de vida (es decir, a partir de los 12 meses), la lactancia materna sigue teniendo un montón de ventajas. Especialistas de la Yale School of Medicine, de los Estados Unidos, aseguran que la lactancia prolongada reduce el cáncer de mama en un 4,3 por ciento. Estos descubrimientos ayudan a explicar por qué los índices de cáncer de mama son tan bajos en los países en desarrollo, donde las mujeres tienen entre seis y siete hijos y amamantan a cada uno por más de dos años, en comparación con los países occidentales industrializados, donde una mujer tiene entre dos a tres hijos y alimenta a sus bebés de manera natural por dos o tres meses.(…)

La lactancia prolongada también cuenta con ventajas para el niño, ya que la leche le aporta una menor incidencia de enfermedades infecciosas y, si se presentan, son menos graves. Son menos propensos a sufrir alergias y eczemas de piel y, aún después de los 2 años, la leche materna sigue siendo una fuente valiosa de proteínas, grasas, calcio y vitaminas.

Además de beneficios físicos y, contrariamente a las creencias más comunes, la lactancia prolongada también presenta beneficios psicológicos.

‘El amamantamiento es un modelo de vínculo para otros vínculos que el niño tendrá en su vida adulta. Si le permitimos separarse en forma natural y no forzada, el niño va a desarrollar confianza en su madre y el mundo externo, lo que le permitirá una mayor independencia futura. 
Si los empujamos a separarse antes de que estén maduros, lucharán persistentemente por quedar pegados y se verá reflejada está inseguridad en su accionar adulto, con temores constantes a ser abandonados por los que más quiere o necesita’, agrega Ispani. ‘Hay una fuerte presión de la sociedad por ‘fabricar’ niños independientes antes de que estén maduros para ello, provocando, como consecuencia, chicos pseudo-independientes con personalidad insegura y una gran sed de apoyo en lo externo’, concluye.”[7]

Así que bueno, resumiendo: la leche que se adapta a los requerimientos del niño, beneficios psicológicos y un 4,3% de disminución en probabilidad de cáncer de mamas –beneficioso para las mamás– es suficiente argumento para decirle SI a la lactancia prolongada.
Creo que la clave está en hacer lo que uno siente que debe hacer. Estar convencidos en que lo que hacemos es lo mejor para el bebé y una misma. Para eso debemos saber que lo primero, siempre, es el bienestar del bebé.

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