Se cumplieron 30 años de la muerte del pensador francés cuya
obra cambió la forma de ver el mundo; su llama intelectual deslumbró entre
mediados de los 60 y de los 80; la Modernidad, el gran tema.
Prefería que no lo llamaran filósofo. "Lo que hago es
la historia de la manera en que las cosas se problematizan; es decir, la manera
en que las cosas se vuelven problemas", sostenía Michel Foucault, profesor
en universidades norteamericanas y francesas, catedrático del Collège de France
y, por sobre todo, autor de textos cuya lectura obra un milagro escaso en estos
tiempos: la percepción de que, tras haberlos atravesado, será imposible mirar
el mundo del mismo modo en que se lo miraba antes.
Como el singular espejo que Velázquez pintó en Las meninas
-obra que Foucault analiza en Las palabras y las cosas-, el pensador francés
"no dice nada de lo que ya se ha dicho"; más bien, indaga en lo que
siempre estuvo pero nadie vio. Sus grandes objetos fueron la Modernidad y los
sistemas de pensamiento que la hicieron posible. Sin embargo, en lugar de
avanzar hacia el corazón de lo moderno, optó por la periferia. No se concentró
en las grandes Luces o la Enciclopedia, sino en el oscuro y silenciado universo
que por siglos se agitó en asilos, cárceles e internados de enfermos mentales.
Para entender los modos del razonamiento occidental, buceó en los abismos de la
sinrazón; para desmenuzar el sentido del sistema legal moderno, puso el foco en
la cárcel. Y en las abigarradas superficies que trazaban registros, documentos
y planillas burocráticas de los siglos XVII y XVIII, fue encontrando los otros
hilos -los olvidados, denostados, apartados o ignorados- sobre los que ha
venido descansando la trama de nuestras sociedades.
La llama intelectual de Foucault deslumbró, apasionó y dio
batalla entre mediados de los sesenta y mediados de los ochenta. Precisamente,
los años donde el proyecto moderno comenzaba a ser impugnado, mostraba algunas
grietas y, aún sin desmoronarse, perdía algo de su desafiante vitalidad. A 30
años de la muerte de este pensador, cuando todo indica que estamos entrando en
una nueva era -a la que aún nadie sabe muy bien qué nombre dar-, se extraña la
desbordante ambición de quien arriesgó ideas inesperadas, incómodas por derecha
y por izquierda, con las que se puede diferir, pero difícilmente permanecer
indiferente. Moderno al fin, Michel Foucault se empeñó tanto en iluminar las
zonas de sombra de lo social como en celebrar la desatada alegría del
pensamiento.
EL UNIVERSO FOUCAULTIANO
Arqueología del saber. Además de ser el título del libro
publicado por Foucault en 1969, el término alude a la esencia de su metodología
de trabajo: la idea de que, aunque muchos nos parezcan naturales o evidentes,
no existen saberes o discursos que no sean fruto de determinadas condiciones de
posibilidad (en otros términos, de determinadas prácticas sociales). Así como
cada época "produce" lo que se puede decir o no, también podría
decirse que cada época dispone dónde concentrar los esfuerzos de la
investigación científica, de qué modo elaborar los sistemas de ideas, cómo
establecer lo que merece ser conocido o, incluso, qué puede ser pensado y qué
no. La "arqueología del saber" apunta a estas cuestiones: no aspira
al gran relato histórico, sino que se concentra en determinados acontecimientos
(la "invención" de la cárcel, por ejemplo), indaga en los documentos
históricos, los organiza, vincula entre sí y observa cómo se fueron generando
rupturas o cambios en los modos de pensar.
Microfísica del poder. A contramano de los discursos que
imperaban en su tiempo (fundamentalmente en los aguerridos años 60 y 70),
Foucault desterró la concepción del poder como algo único, superestructural,
ubicado en la cima de la pirámide social, desde donde se ejercería presión
hacia abajo. Para el francés, la cuestión no pasaba por el enfrentamiento entre
dominantes y dominados, sino por las relaciones de fuerza múltiples. En su
concepción, el poder es ubicuo, lábil y está presente en cada intersticio del entramado
social. El Estado y los grupos más poderosos lo detentan, evidentemente, pero
también se ejerce, de manera capilar, en instituciones, espacios productivos,
organizaciones políticas, vínculos familiares, lazos íntimos. Asimismo, en La
voluntad de saber, Foucault escribe: "Donde hay poder hay
resistencia". Es decir, las relaciones de poder se entraman con
resistencias también capilares, en una dinámica difícil de sistematizar.
Instituciones de encierro. En Vigilar y castigar, Foucault
describe los pormenores del suplicio y descuartizamiento de un condenado en la
París de 1757. Si los horrendos espectáculos que brindaban estos
ajusticiamientos existían en función de un ejercicio, toma de posición y
exhibición del poder monárquico, las cárceles, "invento" moderno que
los terminará reemplazando, traen consigo una modalidad de castigo menos
cruenta, pero más efectiva. Para la visión de Foucault, el dispositivo que
subyace a la prisión no busca mostrar con gran despliegue aquello que le
ocurrirá a quien se desvíe de la norma, sino que pretende inscribir (como la
temible máquina de La colonia penitenciaria, de Kafka) la ley en el cuerpo
-incluso en las almas-. "La prisión fue un invento que se expandió
rápidamente a todos los ámbitos", asegura en una entrevista de los años
80. Esto quiere decir que el "formato" presupuesto por las cárceles,
que incluía encierro, regulación de los horarios, rigor, disciplina, sistemas
jerárquicos y normativas a la vestimenta, los modos de hablar, sentarse,
caminar o dirigirse a los superiores, es el mismo que se encarnó en la
institución escolar, asilos, hospitales e internados modernos.
Panóptico. A fines del siglo XVIII, el filósofo Jeremy
Bentham ideó un tipo de arquitectura carcelaria al que llamó
"panóptico". Se basaba en una torre central, donde residían los
guardias, rodeada de celdas individuales, cuyo interior era visible desde la
torre. Los guardias tenían total acceso visual a las celdas, pero los
prisioneros no podían ver el interior de la torre. Bentham consideraba que la
posibilidad de ser permanentemente vigilados desarrollaría autocontrol y
disciplina en los presidiarios. Aunque nunca se construyó un panóptico en
sentido estricto, Foucault encontró los vestigios de esta concepción en
documentos del siglo XVIII. El concepto le serviría para pensar los
dispositivos de vigilancia presentes en todo tipo de instituciones, de la
escuela a la fábrica.
Sociedad disciplinaria. Los hallazgos de Foucault implican
una noticia incómoda: los dispositivos instaurados por las "instituciones
de encierro punitivo" serían la matriz de las mayores conquistas del
proyecto moderno. Sólo cuerpos y mentes (en todo caso, subjetividades)
altamente disciplinados podrían generar los elevados niveles de productividad,
concentración, aceptación de las normativas y pensamiento metódico requeridos
por las sociedades occidentales, tanto en sus versiones capitalistas como
socialistas.
Poder-saber. Foucault postula que la dinámica del poder en
la modernidad también se articula con un saber muy específico: el que se
obtiene a partir de la observación puntillosa, el seguimiento pormenorizado,
los mecanismos utilizados para calificar, medir, clasificar y jerarquizar. En
última instancia, la necesidad de "normalizar" a los integrantes del
cuerpo social.
Biopolítica. Cuando ese poder-saber comienza a organizarse
en función de la "administración de la vida", se ingresa en el ámbito
de lo que el autor denomina la biopolítica. Probablemente, éste sea el concepto
que menos llegó a desarrollar (fue recuperado por pensadores contemporáneos,
como Giorgio Agamben), y está ligado al momento en que la sociedad occidental
descubre que también le es posible medir, administrar, controlar e incidir en
los procesos vitales. Si inicialmente los cuerpos fueron entendidos como
máquinas (a las que había que educar, disciplinar y corregir), luego pasaron a
ser considerados "cuerpos-especie" que serían regulados en términos
biológicos (natalidad, longevidad, salud, asunción de la sexualidad). Muchos
pensadores señalan que, si bien ya no vivimos en el marco de la sociedad
disciplinaria, algunos de sus dispositivos se han actualizado, como los
sistemas de vigilancia que hoy atraviesan lo digital y el imperio de la imagen.
Desde esta perspectiva -deudora del pensamiento de Foucault-, estaríamos
entrando en el modelo de las "sociedades de control", donde la
capilaridad del poder ya no estaría regida por lo disciplinario, sino por
instancias más sutiles, como la seducción, el hedonismo, el consumo o, incluso,
las biotecnologías.
HOMENAJES
Coloquio internacional, Michel Foucault y América latina, el
13, 14 y 15 de agosto, en el C. C. Borges. Informes, www.untref. edu.ar.
Con Vigilar y castigar y Las palabras y las cosas, entre
otras obras, Foucault integran la Biblioteca Esencial del Pensamiento
Contemporáneo de la nacion.
Fuente: La Nación
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